Una exploración de los “caballos de Troya” para la innovación educativa
Un regreso a clases que precisa respuestas extraordinarias
El comienzo del ciclo lectivo es una oportunidad para preguntarnos quiénes vuelven a la escuela (y quiénes no), cómo volvemos y para qué, propone Magdalena Fernández Lemos. Y afirma que la vuelta no puede ser un giro de 360 grados que nos lleve adonde estábamos dos años atrás.

Hace casi dos años que el sistema educativo gira en torno a la vuelta a clases. Desde que comenzó la pandemia, la gran pregunta fue cuándo iba a ser posible que las y los estudiantes regresaran a la escuela. Las primeras semanas de incertidumbre se convirtieron en meses y los meses en años. Los protocolos llegaron tarde y los desencuentros políticos no hicieron más que poner palos en la rueda de un auto que alternaba frenéticamente entre primera y reversa.
Si el comienzo de clases habitó siempre el lugar de posibilidad, la promesa de un sinfín de oportunidades que se abren, luego de casi dos años de aulas vacías y conexiones tecnológicas y humanas endebles ese sentido de posibilidad se refuerza. Después de tantas vueltas, la vuelta a clases se vive como el primer paso en la dirección correcta para llegar a destino. Queda sin embargo todavía mucho camino por recorrer.
El primer desafío que asoma es quiénes: ¿quiénes dijeron presente el primer día de clases? Si bien la estadística fina permanece todavía pendiente, está claro que no fueron todos los que deberían. De acuerdo a los datos de UNICEF, hay al menos un millón de estudiantes que dejaron la escuela durante la pandemia y aún no la retomaron. Y si no están todos, entonces no es volver.
El segundo desafío es una gran pregunta: ¿cómo volvemos? El tiempo de educación en emergencia fue un shock para todos los actores del sistema: ministerios, equipos directivos, docentes, familias y, especialmente, estudiantes. ¿Qué tan conscientes somos de eso, tanto a nivel individual como colectivo y sistémico? La vuelta no puede ser un giro de 360° que busque llevarnos al lugar exacto en el que estábamos dos años atrás sin reconocer lo sucedido, sin habilitar los espacios necesarios para reflexionar y sanar el trauma, sin darnos el tiempo preciso para buscar soluciones que son a la vez urgentes y de largo plazo.
La vuelta no puede ser un giro de 360° que busque llevarnos al lugar exacto en el que estábamos dos años atrás sin reconocer lo sucedido, sin habilitar los espacios necesarios para reflexionar y sanar el trauma
Llegamos entonces al tercer desafío: ¿a qué volvemos? Nuestro sistema educativo acarrea una multiplicidad de problemas que preexisten a la pandemia y que esta no hizo más que agravar. A esa dificultad estructural se suman retos propios nacidos de la emergencia, muchos de los cuales todavía no están siquiera reconocidos y los iremos descubriendo en el transcurrir del encuentro en las aulas. En medio de la incertidumbre que trajo consigo la pandemia, emerge nuevamente como máxima certeza que no se puede volver al statu quo anterior; tampoco ensayar alternativas radicales que no estén fundadas en la evidencia y la experiencia previa. Es momento de salir de la lógica de apagar incendios y comenzar a plantar el bosque.
Está claro que luego de estos dos años se necesitan respuestas extraordinarias, pero estas deben nacer de políticas estatales extraordinarias y de esfuerzos coordinados a nivel colectivo, no de maestros excepcionales y actitudes individuales. El objetivo no se cumple una vez que todas las y los estudiantes están sentados frente al pizarrón, ese es solo el comienzo del recorrido. Lo que necesitamos es que todos aprendan, algo que parece tan sencillo y en los últimos años se ha revelado cada vez más difícil. Es necesario fijar metas de inversión presupuestaria y hacer cumplir el calendario escolar, pero más importante aún es desarrollar propuestas concretas que aseguren que esos recursos sean bien aprovechados y el paso por la escuela genere aprendizajes significativos.
Para lograrlo, el primer paso es no esconder bajo la alfombra todo lo sucedido. Esto tiene que ver con recuperar contenidos que se perdieron y desarrollar las habilidades académicas necesarias para lograrlo, pero también con el desarrollo de habilidades socioemocionales, el fortalecimiento de los vínculos y el cuidado de la salud mental. En este sentido, no se trata solamente de reconocer lo que se perdió, sino también las herramientas y recursos que se desarrollaron e incorporaron durante este tiempo excepcional: el uso de la tecnología, la posibilidad de puntualizar en tramos prioritarios del currículum escolar, el trabajo colectivo articulado entre los distintos equipos de la escuela, la libertad para ser flexibles e innovadores en el modo de aproximarse al proceso de enseñanza y aprendizaje, la importancia de pensar a cada estudiante de manera integral.
Hoy tenemos entonces la oportunidad de hacer girar el sistema educativo alrededor de preguntas diferentes y de acciones superadoras. Volvamos a tener incertidumbres, volvamos a incomodarnos pero no volvamos a los mismos lugares porque ya no somos los mismos.