Repensar y defender la educación, garantizando la salud

El CEI San Ignacio, ubicado en el Paraje San Cabao, provincia de Neuquén, es una escuela agrotécnica rural que posee residencias estudiantiles. Para muchos de sus estudiantes, representa la única oferta educativa de nivel secundario. Su directora, Luciana Tripodi, reflexiona sobre la incertidumbre y los interrogantes que plantea el nuevo ciclo lectivo.

 Repensar y defender la educación, garantizando la salud

El CEI San Ignacio es una escuela agrotécnica rural con residencias estudiantiles, ubicada en la provincia de Neuquén. CRÉDITO: Fundación Cruzada Patagónica

El 2020 ha sido un año bisagra para todos y todas. Nada ha sido igual desde el 16 de marzo, momento que podemos considerar un punto de inflexión, signado por las transformaciones que lo han acompañado a nivel personal y social: hemos tenido que aprender nuevos hábitos de comportamiento y modificar muchas de nuestras costumbres. Por otro lado, además –y en consecuencia– hemos tenido que repensar, desde el punto de vista profesional, nuestras propuestas educativas.

Si bien nuestra actividad no fue considerada “esencial”, no por eso dejamos de dedicarnos a ella. Un ejemplo concreto de esto, solo por mencionar alguno de tantos, fue habernos acercado con material de estudio –gracias al apoyo del Distrito IV del Consejo de Educación de Neuquén– a aquellos parajes rurales en donde la conectividad no llegó y viven varios/as de nuestros/as estudiantes.

Por otro lado, una gran parte de nuestra matrícula contó con el acceso a nuestra plataforma FCP EDUCATIVA , un sitio propio que desarrolló el área de Innovación Tecnológica Educativa en 2019, antes de saber la importancia que cobraría un año después. Nos hemos reinventado para llevar la escuela a las casas de nuestros/as estudiantes y docentes, encontrándonos todos/as con las dificultades de separar los espacios personales y educativos/laborales.

Nos hemos reinventado para llevar la escuela a las casas de nuestros/as estudiantes y docentes, con las dificultades de separar los espacios personales y educativos/laborales

El 2021 –año en el que muchos y muchas depositaron esperanzas y deseos truncados por las condiciones sanitarias de su antecesor– pareciera encontrarnos en otro lugar, en el que la educación (en su forma tradicional, la presencial) es una actividad imprescindible y la escuela se presenta entonces como el único ámbito en el que la misma puede –y debe– llevarse a cabo. Las condiciones sanitarias actuales, diferentes a las del 2020 (y no precisamente mejores) nos hacen pensar en cuáles son las motivaciones que mueven a este deseo que sin dudas todos y todas compartimos: volver al aula, volver a vernos.

No pretendo (ni puedo) dar una respuesta al interrogante que se presenta al momento de pensar cómo deberíamos volver a las clases presenciales (porque las escuelas no han dejado de trabajar). Creo que, si hubiéramos tenido la forma de saberlo, la vuelta a la presencialidad se hubiera realizado con anterioridad. Los desafíos que se nos presentan en este nuevo año son diversos, pero nos centramos en la preservación de la salud y el bienestar físico, psicológico y social de todos los miembros de la comunidad educativa, por quienes velamos. Nos interesa que nuestros/as estudiantes –en caso de volver a la escuela– puedan aprovechar al máximo el tiempo que pasen en ella y que este posible reencuentro no pierda su significatividad por no realizarse en las condiciones que nos gustarían: las conocidas, las que extrañamos. No me corresponde a mí describir las medidas que deberían implementarse con estos objetivos. Sí nos proponernos adaptar los protocolos establecidos por las autoridades competentes a la especificidad de nuestra escuela, teniendo en cuenta que los mismos no contemplan realmente nuestra realidad y sus necesidades: el CEI San Ignacio, ubicado en el Paraje San Cabao, es una escuela agrotécnica rural que posee residencias estudiantiles. Para muchos/as de nuestros/as estudiantes, representa la única oferta educativa de nivel secundario, ya que no cuentan con escuelas secundarias en sus parajes. La residencia se convierte en un requisito fundamental al momento de pensar en la posibilidad del retorno.

Nos proponernos adaptar los protocolos establecidos por las autoridades a la especificidad de nuestra escuela, ya que los mismos no contemplan realmente nuestra realidad y sus necesidades

El 2020 estuvo plagado de incertidumbres y el 2021 pareciera transitar el mismo camino, con una única certeza: la escuela, de a poco, volvería a ser presencial. Esta afirmación se piensa también en potencial debido a que esa presencialidad se nos presenta aún como desconocida, cargada (nuevamente) de incertidumbre y de más interrogantes. Por supuesto que nos encontramos motivados por la posibilidad de reencontrarnos en el espacio conocido. Nos alienta la posibilidad de retornar a la rutina, que ahora aparece como desconocida, pero en el fondo -suponemos- nos aproximará de alguna manera a la realidad que conocíamos. Pero también nos preocupa que no se cumpla la expectativa del retorno; nos preocupan la salud y la integridad de nuestra comunidad.

Mucho se ha hablado de lo “perdido” durante el 2020, pero ¿qué hemos ganado? ¿qué hemos aprendido? Las escuelas se han adaptado a la nueva realidad, han readecuado su funcionamiento tradicional en tiempos acotados para satisfacer las necesidades de la sociedad en un contexto insólito, inesperado. Hemos aplicado las estrategias más diversas (quizás algunas más efectivas que otras) para llegar a los y las estudiantes. Se han efectuado nuevas propuestas pedagógicas y se han utilizado diferentes tipos de recursos. Hemos redefinido y defendido nuestra labor. Nos urge la necesidad de volver a nuestro espacio; la escuela es verdaderamente nuestra segunda casa y nos duele no poder estar allí. Sin embargo, entendemos que para poder hacer real este anhelo que llevamos desde hace casi un año, deben estar garantizadas las condiciones que hagan del retorno una experiencia segura para todos y todas.

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