Pepe Menéndez: “La innovación depende de la mirada de los docentes”

Referente internacional en procesos de transformación escolar, profesor y exdirector de escuela, Menéndez dialogó con Agenda Educativa sobre la importancia de la mirada docente, los cambios que emergieron con la pandemia y el desafío de aprovechar los aprendizajes construidos en este tiempo.

 Pepe Menéndez: “La innovación depende de la mirada de los docentes”

“Una escuela que vale la pena es capaz de crear una atmósfera de estímulo para el aprendizaje y de cuidar las relaciones interpersonales. Una escuela donde los docentes logran el equilibrio entre la cercanía con los estudiantes y la autoridad. En una escuela que vale la pena, la mirada del docente se enfoca en lo que el estudiante es antes que en lo que hace“.

Con esas definiciones de Pepe Menéndez comenzó el diálogo “Escuelas que valgan la pena”, organizado por Agenda Educativa y conducido por su directora institucional, Carolina Ruggero. “Un estudiante que ha tenido una buena experiencia escolar no es aquel que adquirió mucha información, sino aquel que reconoce que la escuela lo ayudó a crecer, a hacerse preguntas y relacionarse con los demás“, continuó Menéndez, referente internacional en procesos de transformación escolar, profesor, exdirector de escuela y autor del libro Escuelas que valgan la pena, publicado este año.

Una mirada centrada en el “ser” antes que en el “hacer”

Menéndez enfatizó la importancia de la mirada del docente hacia sus estudiantes, y resaltó la necesidad de enfocarse en el “ser” del alumno antes que en su “hacer”, priorizar la construcción del proyecto vital por encima de los contenidos. “Hay chicos que quedan atrapados en el rol que el grupo les da, pero también en la consideración de los propios adultos. Una escuela que valga la pena es una escuela que considera que todos los alumnos quieren y pueden aprender. Si hay una resistencia en el estudiante, esa escuela le busca la vuelta. Pero si yo creo que mis alumnos no pueden, acaban no pudiendo: es una profecía autocumplida”.

“Recuerdo un estudiante muy rebelde, que en su primer día nos dijo: ‘Conmigo no vais a poder’. Una vez nos contó: ‘A mí en el instituto los profesores me sentaban al lado de la papelera. Les faltaba muy poco para tirarme dentro’. Estos son estudiantes que nos agotan. Pero que están clamando por que los miremos de otra manera, que les demos otra oportunidad. Sin sacrificar la autoridad, pero dando un mensaje claro: ‘Yo estoy aquí para ayudarte y orientarte'”, relató el exdirector de la Red de Colegios Jesuitas de Cataluña.

“La justicia en una escuela no es aplicar la norma de manera igualitaria para todos. Es no descuidar la conexión con el estudiante, para que él no pierda esa oportunidad de futuro y ese vínculo con su proyecto vital. A veces la escuela es el único lugar donde un estudiante siente que puede seguir avanzando“, afirmó. En ese sentido, agregó que “las normas generales no valen a menudo para las miradas particulares. Una habilidad del buen docente es poder entender su contexto, saber cuándo puede aplicar la regla general y cuándo tiene que dejar la cuerda más suelta para no perder la conexión con un estudiante”.

La pandemia como catalizadora de transformaciones

Menéndez comparó la situación actual de emergencia global con un contexto de posguerra, y planteó que “la pandemia ha hecho emerger las virtudes y los defectos del sistema educativo”. Con respecto a las virtudes, subrayó “el compromiso vocacional y profesional de la mayoría de los docentes con su tarea, una voluntad de compromiso”. Pero señaló que, a la vez, “hemos podido ver la fragilidad de nuestra formación digital y de nuestra concepción de los procesos de aprendizaje”.

A partir de esta cuestión, distinguió que “a las escuelas que ya venían trabajando con un formato más flexible y con una incorporación de lo digital les ha resultado mucho más fácil este tránsito de urgencia a la educación a distancia, en comparación con escuelas más tradicionales, centradas en la instrucción y lo memorístico”. Y agregó que “la tendencia de algunas escuelas de hacer a distancia lo mismo que se hacía presencialmente se ha mostrado como un error”.

Entre los aprendizajes de este tiempo, el expositor valoró “la reflexión sobre los objetivos de la educación: ¿qué es importante que los estudiantes aprendan?, ¿qué experiencia es importante que tengan en la escuela?”. Para Menéndez, “esta experiencia histórica nos tiene que servir para pensar cómo vamos a transformar una escuela que no funcionaba. Veníamos ya de un proceso de mucha interrogación a la escuela tradicional. El 50% de los jóvenes en Argentina no terminaba la secundaria. Entonces no podemos volver a la escuela que teníamos antes“.

Por otra parte, Menéndez afirmó que “no hay que enfrentar presencialidad con tecnología. Más bien pensar qué hago para que la experiencia educativa sea positiva en el contexto que me toca”. El especialista señaló que “la enseñanza presencial no es buena por el mero hecho de ser presencial. Hay que hacer que pasen cosas para que sea buena, para que haya una experiencia educativa positiva”. Por ejemplo, “hay alumnos que padecían bullying en la escuela, y la pandemia los ha liberado psicológicamente de ese abuso“.

Innovar a partir de la experimentación y la reflexión

Frente a la habitual defensa de las clases sincrónicas como estrategia central, Pepe introduce algunos matices: “A veces hemos visto profesores que promovían una clase sincrónica como si fuera presencial. Eso no tiene ningún sentido. Cualquier persona puede grabar esta charla y verla las veces que quiera. Lo asincrónico está más centrado en el aprendizaje autónomo del estudiante. En cambio, lo sincrónico tiene que estar orientado a lo relacional, lo colaborativo, resolver dudas“.

Con respecto a la brecha digital, Menéndez deslindó dos grandes responsabilidades: “Por un lado, la falta de previsión, de valentía y de liderazgo de las administraciones educativas para hacer que la conectividad llegue a todas partes. Por otro lado, también ha habido falta de visión de muchos colectivos docentes de formarse en la tecnopedagogía. No son responsabilidades equivalentes, pero tenemos que atender ambas”.

“En entornos vulnerables, donde faltan recursos, también es posible innovar, porque la innovación está en la mirada de los docentes y en sus creencias, más que en la tecnología. Por ejemplo, ¿creemos que tenemos que trabajar en equipo? ¿creemos que todos nuestros estudiantes pueden aprender? Por supuesto que hacen falta recursos. Pero mientras llegan los recursos, también tenemos que hacer cosas”, propuso.

A modo de cierre, Menéndez formuló un desafío: “Este es un tiempo para experimentar, pero anotando lo que pasa, evaluando. Si no reflexionamos ahora sobre los aprendizajes de la pandemia y saltamos directamente a preparar el próximo ciclo lectivo, seguro que nos vamos a equivocar. Necesitamos reflexionar sobre lo que ha pasado para construir lo que queremos que pase“.

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