Una exploración de los “caballos de Troya” para la innovación educativa
Evaluación a distancia: ideas para pensar un desafío clave
Foco en la retrolimentación y atención al proceso de cada estudiante son algunos de los criterios que plantean los especialistas para proponer una evaluación formativa, orientada al aprendizaje más que a calificar.

FOTO: F1 Digitals en Pixabay
A medida que pasan las semanas de cuarentena, muchos docentes empiezan a amigarse con el Zoom, las herramientas de Classroom y la dinámica de las clases virtuales. Pero en el horizonte asoma un desafío diferente: el de evaluar a los estudiantes en este nuevo escenario. En Argentina, el Consejo Federal de Educación acordó suspender las calificaciones en todo el país y reemplazarlas por una “evaluación formativa”. En este contexto, y frente a la incertidumbre con respecto a la fecha de vuelta a clases presenciales, surge un interrogante clave: ¿cómo encarar la evaluación a distancia?
“Evaluar aprendizajes en tiempos de pandemia es uno de los mayores desafíos pedagógicos a los que nos enfrentamos los docentes. Evaluar no es solo calificar. Es acompañar, orientar, ayudar a que todos los estudiantes aprendan óptimamente de acuerdo a sus posibilidades”, plantea Gabriela Azar, directora del departamento de Educación de la UCA. Azar subraya la necesidad de “una evaluación sostenida por desafíos que hagan que los estudiantes elaboren desempeños de comprensión que permitan aplicar procedimientos para saber hacer cosas y resolver problemas críticamente”.
Elena Barberà, especialista en entornos virtuales de aprendizaje de la Universidad Abierta de Cataluña, enfatiza que cualquier evaluación a la distancia debe ser no solo evaluación del aprendizaje, sino también evaluación para el aprendizaje. Aquí “el eje motor principal es la retroalimentación y el aprovechamiento que de esta realizan los alumnos y los mismos profesores. Es en el marco del diálogo entre profesor y alumnos que se organiza alrededor del contenido y del quehacer académico en el que se ofrece una ayuda y respuesta ajustada, coherente, y contextualizada en la materia de estudio que sirve para avanzar en el conocimiento”, escribe Barberà.
Según explica Pedro Ravela, especialista en evaluación de Uruguay, “la evaluación formativa tiene como finalidad movilizar el aprendizaje y es parte de los procesos de enseñar y de aprender”, mientras que la evaluación sumativa (la que apunta a calificar) tiene como finalidad certificar el aprendizaje, dar cuenta en forma pública de lo logrado por cada estudiante. Desde esta concepción, los instrumentos no son tan importantes como la finalidad: para qué estamos evaluando.
“Un examen puede ser utilizado de manera formativa, si no va a ser calificado, para constatar lo logrado por los estudiantes hasta ese momento y decidir cómo avanzar. De la misma manera, la observación de los procesos de trabajo de un estudiante a lo largo del tiempo, puede ser utilizada como elemento de juicio para calificarlo o certificar su nivel de logro”, ejemplifica Ravela en el libro ¿Cómo mejorar la evaluación en el aula?, escrito con Beatriz Picaroni y Graciela Loureiro.
Existen varios instrumentos para evaluar fuera del aula. Uno de ellos es el portfolio: la compilación de los diversos materiales producidos por los alumnos. En una columna publicada en Clarín, Joaquín Viqueira, director pedagógico de la Vicaría de Educación de Buenos Aires, explica: “Se trata de un instrumento que permite organizar y documentar el proceso de aprendizaje y dominio de los contenidos esperados. Incluye los trabajos de los estudiantes vinculados a las expectativas de aprendizaje planteadas y la reflexión sobre sus progresos”.
Otra herramienta, más orientada a la autoevaluación, es el diario de clases o diario de aprendizaje. Se trata de “registros escritos de la conducta del propio estudiante en forma regular. Pueden construirse a partir de diversas consignas y tener distintos formatos”, explican Laura Lezcano y Gabriela Vilanova, de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral.
El trabajo por proyectos también puede orientarse hacia una evaluación formativa, en la que la propuesta es “aprender haciendo”. Los proyectos requieren que los alumnos se involucren en la resolución de una tarea o de un problema práctico, propios de la vida real y de carácter multidisciplinar, lo que permite trabajar de manera articulada con otras materias. Los proyectos típicos suponen el diseño y desarrollo de un producto o una presentación que otros puedan ver o utilizar, como respuesta al problema o tarea planteados inicialmente.
En definitiva, más allá de los instrumentos concretos, lo cierto es que el contexto actual no debería desalentar la evaluación, en la medida en que esta también contribuya al aprendizaje. Como plantea Ravela, calificación y evaluación formativa corresponden a dos finalidades distintas y requieren lógicas de trabajo diferentes: “Cuando se las confunde en un mismo acto, inevitablemente la calificación predomina por sobre la intención formativa. Las notas se convierten en el objetivo principal de la mayoría de los estudiantes, que comienzan a desarrollar un vínculo superficial con el contenido y las actividades que les proponemos. El aprendizaje pasa a ser más una cuestión de adivinar qué quiere el docente y de hacer algo para satisfacerlo, que un proceso de comprensión, reflexión y producción que está en sus propias manos (las del estudiante)”.

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- 20 mayo, 2020
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