Estar presentes en la escuela es mucho más que ocupar un espacio

Entre el exceso de pasado y la ansiedad por el futuro, es clave enfocarnos en estar presentes en la escuela, dice Magdalena Fernández Lemos. Eso implica conectar la escuela con su contexto, hacer lugar a las subjetividades, reconocer que los vínculos pedagógicos son también afectivos.

 Estar presentes en la escuela es mucho más que ocupar un espacio

Hace unas semanas que la discusión educativa gira en torno a la presencialidad. Después de un año en el que convivimos con la angustia de ubicarnos detrás de una pantalla y saber que muchas y muchos estudiantes no podían estar del otro lado, ansiábamos volver a la escuela, mirarnos a los ojos y escuchar esos “¡presente!” que suceden al inicio de la clase, cuando tomamos lista. Esa escena que parecía tan cotidiana tomó una nueva dimensión con el COVID-19 y abrió preguntas que no me había hecho: ¿qué significa estar presentes en la escuela? ¿tiene que ver únicamente con la presencialidad entendida en términos físicos, con ocupar un espacio en determinado momento, o hay algo más que podamos decir del vínculo entre la educación y el presente?

Históricamente, la formación propuesta desde la escuela ha estado muy ligada con el pasado, con una perspectiva enciclopedista que apunta a identificar, transmitir y reproducir ciertos saberes que se decidieron como aquellos más relevantes, un terreno compartido sobre el cual construir la vida en común. Esta idea tiene detrás una imagen del futuro más o menos previsible, supone una correlación entre lo que fue y lo que será. Por supuesto, esta línea de continuidad ilusoria se ha visto seriamente desafiada en los últimos años. Incluso antes de que la pandemia le diera su último golpe de gracia, vimos aparecer en las currículas una serie de iniciativas orientadas a brindar las herramientas para que las y los estudiantes pudieran anticiparse al futuro, que ahora parecía más incierto. De esta forma, a los enfoques tradicionales de aprendizaje de las materias clásicas, se suma un emparchado de propuestas que buscan responder a lo que se cree que vendrá en los próximos años. En este juego, el presente aparece muy tímidamente, tensionado por exceso de pasado y eclipsado por la urgencia de futuro.

Sin embargo, cuando logramos corrernos de aquellas propuestas marcadas por la inercia de la tradición o la ansiedad de lo nuevo, nos encontramos con el presente, con el hoy.

A los enfoques tradicionales de aprendizaje de las materias clásicas, se suma un emparchado de propuestas que buscan responder a lo que se cree que vendrá en los próximos años. En este juego, el presente aparece muy tímidamente, tensionado por exceso de pasado y eclipsado por la urgencia de futuro

Magdalena Fernández Lemos

La educación en tiempo presente nos invita a asociarla con aquello que nos da placer, independientemente de su utilidad. Por supuesto, esto no implica dejar de lado las responsabilidades ni reducir las exigencias. Tampoco significa que debamos adaptar toda la currícula escolar en base a las inquietudes individuales, pero sí que es absolutamente necesario reservar un espacio para que cada estudiante pueda explorar sus intereses, para reconocer aquello que lo hace vibrar y lo motiva a embarcarse en el camino del descubrimiento, en la aventura que supone abrazar una pregunta y no soltarla hasta haberse acercado tanto como sea posible a una respuesta. Esta práctica permitirá incorporar el aprendizaje más valioso: que el conocimiento puede ser sinónimo de disfrute. Al hacerlo, abrirá la puerta entonces a otras habilidades valiosas, como la capacidad de apasionarnos, de ser curiosos, creativos y persistentes.

La escuela en tiempo presente nos permite situar a la institución en diálogo con la actualidad. Esto supone, por un lado, una escuela conectada con el contexto en el que está inserta, con todo aquello que sucede alrededor, tanto dentro como fuera del establecimiento. Por otro, una escuela atenta a las individualidades y subjetividades, que sea capaz de comprender el momento que están atravesando sus estudiantes y construir desde ese lugar. Una escuela que reconoce que los vínculos pedagógicos son también afectivos.

Pararse en el presente implica, entonces, repensar la educación, la escuela, y nuestras estrategias de intervención. Es un recordatorio sobre la necesidad de ponernos en acción y hacerlo con sentido de urgencia: es hoy y ahora, el trayecto escolar está ocurriendo en este momento. Por eso, en lugar de repetir una y otra vez que los estudiantes son el futuro, propongo empezar por reconocer que lo más importante, en realidad, es su presente. Y no me refiero, claro está, al presente que se anuncia como respuesta automática cuando se oyen nombrar por alguien que pasa lista, sino al que se construye a partir del interés genuino: ¿cómo están? ¿cómo se sienten? ¿qué ausencias se esconden detrás de la presencia aparente?

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