Una exploración de los “caballos de Troya” para la innovación educativa
Educación emocional: integrar manos, cabeza y corazón
En una época marcada por la incertidumbre, la ansiedad y el miedo, la educación emocional aporta herramientas para potenciar el desarrollo integral de los estudiantes y para fortalecer las competencias emocionales de los propios docentes, plantea Luis Arocha.

Ser adulto en esta época es sin duda alguna una experiencia muy desafiante. Nos toca desde nuestro lugar no solo cargar con la responsabilidad de cuidar de nosotros mismos, sino también la de cuidar la vida de los que llegan buscando su lugar en este mundo. Así como otros hicieron con nosotros, hoy nos corresponde a nosotros ser los que alojamos y recibimos la vida tal como viene y en el contexto y las circunstancias que tocan.
Particularmente desde nuestro lugar de educadores, nos toca enfrentar esta época repleta de situaciones que producen miedo, ansiedades e inestabilidad en nuestros alumnos y en nosotros mismos. En estas circunstancias es normal sentirse sobrepasado, sin perder de vista que, al final de cuentas, la mayor parte del tiempo estamos intentando hacer lo mejor que podemos; con nuestra historia, nuestra formación y las herramientas que tenemos, aunque muchas veces podamos sentir que esto no alcanza.
Ante esta realidad también es bueno saber que la educación emocional (sus conceptos, estrategias y metodologías) nos permite enriquecer nuestra caja de herramientas y adquirir nuevos puntos de vista y formas de hacer para que las tensiones que vivimos sean lo más creativas posibles.
La educación emocional nos permite enriquecer nuestra caja de herramientas y adquirir nuevos puntos de vista y formas de hacer para que las tensiones que vivimos sean lo más creativas posibles
Luis Arocha
La educación emocional como proceso educativo, continuo y permanente, nos ayuda a potenciar el desarrollo emocional de nuestros alumnos, como complemento indispensable del desarrollo cognitivo, constituyéndose ambos en elementos esenciales del desarrollo integral. En este sentido, nos recuerda que debemos formar sujetos “sentipensantes”, al decir de Eduardo Galeano, personas que integran manos, cabeza y corazón para resolver los problemas del día a día, sin descuidar los aspectos vinculados al saber, saber ser y saber hacer.
Ciertamente, la educación integral y la necesidad de darle una mayor relevancia a la dimensión emocional en nuestras propuestas educativas no son prioridades nuevas, pero sin duda nos ha costado y nos cuesta llevarlas a la práctica en nuestras aulas y escuelas. Los efectos negativos de la pandemia sobre nuestra emocionalidad y salud mental en general son una buena muestra de esto. Son muchas las investigaciones que han alertado acerca del impacto negativo que ha tenido la pandemia y sus circunstancias (aislamiento, cierre de escuelas, debilitamiento de los vínculos, fallecimientos, dificultades económicas en la familia, incertidumbre sobre la salud mental de los niños). Más allá de que es una situación muy difícil, debemos reconocer que nos agarra mal preparados, con escasas herramientas, es decir “flacos” emocionalmente.
En buena medida, las estrategias de mitigación del malestar producido por esta situación tienen que ver con estrategias propias de la educación emocional, es decir: el reconocer y ponerle nombre a lo que sentimos ante lo que nos pasa; aceptar y expresarlo asertivamente; aprender a convivir con estas emociones para que, sobre todo, no dominen nuestro comportamiento de manera tal que nos alejemos de la forma en que elegimos vivir nuestra vida. El desarrollo adecuado de estas habilidades en nuestros alumnos no solo favorecerá que puedan sobrellevar situaciones difíciles, sino que también contribuirá en su búsqueda por un mayor bienestar personal y social.
Debemos formar sujetos “sentipensantes”, al decir de Eduardo Galeano, personas que integran manos, cabeza y corazón para resolver los problemas del día a día, sin descuidar los aspectos vinculados al saber, saber ser y saber hacer
Luis Arocha
Llevar la educación emocional a nuestras aulas constituye una excelente oportunidad para enriquecer el proceso educativo de nuestros alumnos. Sin duda también resulta un desafío, no solo porque en la mayoría de los casos nuestra formación inicial no nos ha aportado muchas herramientas (siempre es buen momento para salir en búsqueda de ellas, además de animarnos a construirlas desde nuestras prácticas), sino porque en buena medida es nuestra propia emocionalidad la que está en juego en la efectividad de las propuestas que implementemos.
El desarrollo de nuestras propias competencias emocionales debe ser coherente con lo que proponemos en el aula y esto implica darle importancia a nuestro propio autoconocimiento y autocuidado. Para esto no hay una meta de llegada determinada, hay etapas y procesos vitales, siendo siempre lo más importante estar en camino e intentar reencontrarnos siempre con la pasión por educar.