Una exploración de los “caballos de Troya” para la innovación educativa
Encender el deseo de aprender: construyamos una escuela magnética
Para Mariela Guadagnoli, trabajar por proyectos es una manera de lograr que los chicos sean más felices en la escuela. En el aula o en la virtualidad, el trabajo en equipo a partir de problemas concretos, en un entorno creativo y estimulante, es clave para construir una educación diferente.

El proyecto de adoquines descontaminantes del aire ganó varios premios, entre ellos uno del Conicet y otro de la Universidad Nacional del Litoral.
Ante el regreso a las aulas surgen algunas preguntas. ¿Cómo nos paramos los docentes ante este nuevo desafío? ¿Haremos un punto y aparte para volver a la escuela que cerramos? ¿O tomaremos el 2020 como un año de oportunidades de crecimiento, de innovación, de replantearnos y reencontrarnos con el verdadero sentido de nuestra práctica docente? ¿Cómo construir una escuela magnética?
Si hacemos una profunda reflexión sobre “esa escuela” que quedó confinada por un virus mundial, podremos detectar que otras pandemias venían acechándola, como la repitencia y deserción escolar, el bullying, la brecha social y digital… Y cuántas pandemias más, que muchos, ensimismados en cumplir con los contenidos, dejábamos pasar.
Recapitulando sobre mi comienzo en la docencia rememoro que desde el principio me propuse que debía encender en mis alumnos el deseo por aprender y lograr que quisieran ir a la escuela porque disfrutaban lo que pasaba en ella.
Pero la primera vez que entré a un salón de clases me encontré con un grupo de estudiantes con muchos problemas, dificultades para aprender, para concentrarse, indisciplina, falta de hábitos. Los métodos con los que yo había sido educada no lograban motivarlos, así que tuve que ser creativa, tuve que innovar. Y comencé a trabajar por proyectos.
La primera vez que entré a un salón de clases me encontré con un grupo de estudiantes con muchas dificultades. Los métodos con los que yo había sido educada no lograban motivarlos
Al año siguiente hicimos una huerta orgánica, pero no en la escuela. La hicimos en un hogar de ancianos que quedaba frente a ella. Esto obligaba a los chicos y chicas a entrar, pedir permiso, saludar, etc. Ese año los ancianos comenzaron a salir al patio a contarnos lo que sabían de huerta, hicimos un programa de radio donde niños y adultos contaban chistes y compartimos muchas comidas hechas por ellos con las verduras recolectadas, lo que les permitió aprender sobre alimentos saludables, hábitos de higiene y buenos modales en la mesa.
Este proyecto lo llevamos adelante con las maestras de grado y nuestros alumnos aprendieron a redactar, a medir, a usar la regla de tres simple, entre tantas cosas más; involucramos a las familias que construyeron herramientas para la huerta… Les enseñamos que ellos tenían el poder y la decisión para transformar la realidad en la que vivían, pero además fueron felices en la escuela e hicieron felices a otros.
Esta experiencia me alentó a seguir por este camino, conociendo primero a esos chicos que tenía frente a mí para después pensar cómo iba a dar mi materia.
Con los años y las diferentes realidades fuimos concretando pequeños y grandes proyectos: como transformar una habitación en la sala de tecnología que mis alumnos soñaban, o poner en valor una plaza de nuestra ciudad, realizar un mural por los 100 años de la escuela, hacer una obra de teatro concientizando por el medio ambiente (y con lo recaudado cambiar los tubos fluorescentes por focos de led y así reducir el consumo energético del colegio), o inventar adoquines ecológicos descontaminantes del aire.
Les enseñamos que ellos tenían el poder y la decisión para transformar la realidad en la que vivían, pero además fueron felices en la escuela e hicieron felices a otros
En 2020 la pandemia nos obligó a educar a distancia y a asumir el desafío de motivar a nuestros estudiantes desde la virtualidad.
A mitad de año, con un grupo de profesores, observamos que los chicos y chicas comenzaron a desconectarse. Realizamos un sondeo de la problemática a través de una encuesta virtual que nos permitió observar dudas con respecto al funcionamiento de la escuela ante un posible regreso, el miedo al contagio, la escasez de propuestas motivadoras, el temor a perder el año.
Decidimos organizar un grupo de whatsapp con alumnos de 1º a 6º año, convocados solo por el interés de trabajar juntos el regreso a las aulas. Creamos el club de emprendedores. Leímos y analizamos diferentes protocolos, participamos de conferencias virtuales, investigamos propuestas innovadoras. Así comenzó un trabajo en equipo en el que las decisiones se tomaban en conjunto. Formamos tres grupos de trabajo, organizamos la distribución de los alumnos en las aulas, las circulaciones, los ingresos permitidos, los dispositivos de seguridad e higiene que necesitaríamos y la información necesaria para un correcto cumplimiento del protocolo.
Pero surgieron dudas sobre el funcionamiento diario de la escuela que no encontramos en ningún protocolo, así que organizamos una clase virtual con una escuela de Uruguay que llevaba un mes en la presencialidad.
Observarlos conversar como si pertenecieran a la misma institución, con mucho respeto y empatía, agradecidos por lo compartido, atravesando las paredes del aula para darle paso a una nueva forma de enseñar y aprender, nos hizo darnos cuenta de que no todo está escrito, que una nueva forma de educar es posible, una escuela de alumnos globales, una escuela magnética, con estudiantes que trabajaron solo por interés, en vacaciones de julio, sabiendo que nadie los iba a calificar, ni que este trabajo era el pasaporte para aprobar una materia.
Una nueva forma de educar es posible, una escuela de alumnos globales, magnética, con estudiantes que trabajaron solo por interés, en vacaciones de julio, sabiendo que nadie los iba a calificar
Hoy este trabajo es la base del protocolo presentado por la institución ante el Ministerio de Educación de la provincia de Santa Fe, y lo hicimos con los alumnos.
Qué tienen en común todos estos proyectos:
- Primero, siempre están los chicos, conocerlos, escucharlos.
- Después generar entornos de aprendizajes estimulantes, propicios para jugar, manipular, crear.
- Transformando las aulas en lugares de diversión, creación e invención donde alumnos y maestros aprendemos juntos.
- Valorizando el trabajo en equipo colaborativo e inclusivo que da respuesta creativa a cada problema que les planteamos, en donde cada uno aporta desde sus fortalezas y habilidades.
- Fortaleciendo el protagonismo y el compromiso, educándolos para un crecimiento solidario, observando problemas concretos de su entorno.
- Espacios en donde aprenden haciendo, sin miedo a equivocarse. Que los prepara para enfrentar riesgos y para superar fracasos. Fijando la mirada en los impactos que los docentes provocamos en nuestros alumnos antes que en los resultados.
- El ABP (Aprendizaje Basado en Proyectos) nos permite resolver conflictos, transformándolos en desafíos, en oportunidades de innovación y crecimiento.
Esta pandemia nos dio la oportunidad única de frenar, repensar y trabajar en equipo –docentes, familias, estudiantes y dirigentes–, planificando qué escuela queremos para nuestros chicos y chicas.
Una escuela inclusiva, integradora, de aprendizajes permanentes, que encienda en nuestros estudiantes el deseo de aprender y les dé las herramientas y habilidades para que sean capaces de habitar el mundo y mejorarlo. Una escuela en la que propongamos a nuestros alumnos la aventura de aprender a través de proyectos que nos permitan ver chicos felices cumpliendo sueños.
Trabajemos juntos para construir una escuela magnética a la que los chicos quieran ir, porque lo que pasa en ella en único, es desafiante, atrapante; una escuela que los acompañe y prepare para crear y sostener su propio proyecto de vida.